PAGANDO POR ELLO, DE CHESTER BROWN: ÉTICA PARA PUTEROS
ALVARO NOFUENTES, MANUELA TORRES
Edición:
TEBEOSFERA (2008, TEBEOSFERA) -2ª EPOCA- 9, 22-XII-2011
Resumen:
Notas: Artículo escrito expresamente para el número 9 de TEBEOSFERA, especial sobre el tratamiento de la mujer en el cómic. A la derecha, detalle de la portada de la edición original de Paying for it, tebeo comentado en este artículo.
PAGANDO POR ELLO, DE CHESTER BROWN: ÉTICA PARA PUTEROS
Pagando por ello: memorias en cómic de un putero (Paying for it: a comic-strip memoir about being a john en su edición original americana) es exactamente lo que su título indica, la narración de todas y cada una de las ocasiones en las que el autor canadiense Chester Brown pagó por sexo entre 1999 y 2003. Pero lejos de ofrecernos un ejercicio de exhibicionismo a la manera de otros autores que utilizan la autobiografía para ahondar en los aspectos más patéticos o escabrosos de sus vidas (su amigo Joe Matt es un excelente ejemplo), Brown utiliza su experiencia personal a modo de arma arrojadiza contra ese ente conocido como “sociedadbiempensante”. Así, este ensayo camuflado de autobiografía da voz a aquellos que son frecuentemente ninguneados en el eterno debate sobre la legalización de la prostitución –es decir, los directamente implicados–, los puteros, que no suelen expresarse en los medios puesto que ir de putas sigue siendo una actividad estigmatizada socialmente, y las prostitutas, que también hablan, aunque de forma indirecta, a través de las páginas dibujadas por Brown.
Chester Brown: un putero del siglo XXI
La estructura del libro alterna los encuentros con putas (desde la primeriza y casi entrañable torpeza de su primera visita a “Carla” hasta la “vuelta a la monogamia” con “Denise”[1]) con las discusiones con exparejas y amigos sobre la prostitución. Los encuentros sexuales sirven al autor canadiense para ilustrar lo que supone ir de putas en Toronto, tanto en su sentido práctico (cuánto, cómo, dónde, bajo qué condiciones...) como en el puramente físico o en el afectivo. Respecto a esto último, el autor llegará a escribir, sobre su primera experiencia con el sexo de pago: «Mientras salía del burdel me sentía lleno de júbilo y transformado». Por otro lado, las conversaciones con amigos tienen una función clara dentro de la obra: representan, de forma casi alegórica, los prejuicios de la sociedad, guiada por hábitos adquiridos y lugares comunes, frente a los cuales Chester Brown construye su argumentación (el propio autor reconoce en los apéndices que estas conversaciones han sido ligeramente alteradas para que él siempre aparezca como “la voz de la razón”). El libro concluye con una serie de apéndices en prosa y notas bibliográficas de una cincuentena de páginas, que subrayan las pretensiones ensayísticas de este tebeo, y cuya función es precisar el posicionamiento ético y legal del autor con respecto al tema.
El cómic de Brown no ofrece ni morbo ni excitación, en todo caso no como cabría esperar de las “memorias en cómic de un putero”, y en este sentido el libro puede decepcionar a algunos. Y es que no se trata de un relato erótico al uso: va mucho más allá; parecería incluso que Chester Brown huye de la idea de excitar al lector, empujándole hacia otros terrenos, como el de la reflexión sobre la propia vida sexual y afectiva. Salvo en contadas excepciones, se rehúyen los primeros planos de rostros y expresiones –para evitar, como Charles Hatfield ha señalado, una respuesta emocional directa– o genitales –que podrían desviar la atención del discurso y hacer que la obra se deslizase hacia el terreno de la pornografía[2]. El autor consigue representar el sexo de forma explícita, aunque desvinculado de su componente erótico.
En lo que respecta a la representación gráfica de las prostitutas, Brown se encuentra con un problema difícil de abordar: ¿cómo escribir –y dibujar– una obra autobiográfica sobre la prostitución y preservar al mismo tiempo la intimidad de las trabajadoras sexuales? El autor opta por ocultar sus rasgos en todo momento, representándolas de espaldas, evitando encuadrar sus caras en la imagen u ocultando sus rostros con los bocadillos de texto, eludiendo además cualquier particularidad física que pueda llevar a identificar a sus compañeras de cama. La paradoja es evidente: por un lado pretende dar una visión naturalizada del trabajo de las prostitutas, y por otro –y precisamente como consecuencia de la estigmatización social de las mismas, que el autor pretende denunciar– se ve obligado a evitar cualquier rasgo identificativo que pueda comprometerlas. La consecuencia a nivel narrativo es que las prostitutas son representadas gráficamente de forma estandarizada, lo que dificulta la empatía con las mismas por parte del lector, hecho que, afortunadamente, se ve compensado por la naturalidad y sinceridad que transpiran los diálogos y situaciones.
Pensando en ello
Por otra parte, como bien recuerda el autor, lamentablemente todavía es necesario insistir en un punto crucial: la diferencia entre prostitución y esclavitud sexual. Por más que nuestra sociedad siga considerando que ambas son sinónimo, no es lo mismo decidir a qué oficio dedicarse que tener la obligación de practicar sexo a cambio de dinero, ya sea por intermediación de redes criminales o por otras circunstancias. Cualquier profesión tendría que ser elegida, y nadie debería ser forzado a realizar ningún acto en contra de su voluntad. Éste es el verdadero problema, no la prostitución. Y la criminalización de las putas y de los puteros no hace sino empeorar la situación, mientras el silencio y el rechazo social perpetúan la precariedad y abonan el terreno para todo tipo de abusos. El silencio impuesto mediante el juicio moral, el rechazo y la marginación hace muy difícil la acción, y la realidad es que los gobiernos y las autoridades nunca han tenido en cuenta las condiciones de trabajo de las prostitutas, sus necesidades o su realidad a la hora de imponer leyes y sanciones.
El sexo de pago como opción de vida
Por otra parte, Chester Brown confunde conceptos al mezclar de forma indiscriminada amor romántico y monogamia, obviando otros modelos de relación posibles aunque socialmente poco aceptados, como las relaciones abiertas –es su hermano Gordon el que introduce este tema de forma abrupta al final del cómic–. Que la alternativa ideal a la monogamia sea el sexo de pago nos parece bastante cuestionable, puesto que no entendemos la necesidad de mercantilizar la más importante fuente de placer “gratuito” de la que dispone el ser humano. Aun así, se trata de un modelo que resulta plenamente satisfactorio para el autor, así como para otras muchas personas, a las que no se debería tratar de imponer un modo de vida más acorde con lo que dicta la sociedad: tan ingenuo es pensar que la prostitución es apta para todo el mundo como pensar que el modelo convencional de pareja, la “monogamia en serie” propia de la sociedad occidental actual, puede proporcionar la felicidad a cualquiera. Cada persona debería tener libertad para experimentar un modo de vida acorde con sus deseos –tanto físicos como afectivos– y sus limitaciones.
Otro de los prejuicios que la narración de Chester Brown contribuye a desmentir es el desequilibrio psicológico de que supuestamente son víctimas las prostitutas, y que es atribuido también al putero, aunque en menor medida. Ser prostituta presupone que se debe odiar el trabajo que se realiza, y por extensión, a una misma. Sin embargo, no es ésta la imagen que transmiten las experiencias del autor, vividas siempre desde el respeto a la otra persona y en las que no podemos afirmar que el hecho de prostituirse cause en las mujeres ningún trauma psicológico en especial (dentro de lo que cabe en una sociedad cada vez más psicótica, angustiada y deprimida como la nuestra). A través de su libro, el autor viene a decir que las putas son simplemente personas. Mujeres muy diversas que realizan el trabajo de la prostitución con mejor o peor suerte; que se aburren, que disfrutan, que se sienten satisfechas o hastiadas, pero al fin y al cabo mujeres que negocian y toman sus propias decisiones, por obvia que parezca esta afirmación. Y es que plantearse la prostitución sin recurrir al victimismo ni a la marginación de quienes la ejercen parece inconcebible. En este sentido, Brown ilustra con su relato la idea de que no hay “una realidad de las putas”, sino situaciones y experiencias diferentes. Pensar que las prostitutas puedan –o deban– ser reducidas en su conjunto a una categoría uniforme es absurdo. Y lo peor de este reduccionismo es que el prototipo de la puta explotada e infeliz pretende englobarlas a todas.
Volviendo a Virginie Despentes, en su libro nos recuerda la facilidad con que, desde una ópticabiempensante, emergen el paternalismo y los prejuicios. Los relatos como el suyo –se da cuenta de que es posible ganar mucho más dinero como prostituta autogestionada que trabajando de cajera en un centro comercial, con una jornada laboral muy reducida que le permite tener tiempo libre y una calidad de vida considerable– tienden a ser especialmente ignorados, infravalorados y deslegitimados. Parece que sólo queremos oír lo desgraciadas que son todas las putas, y cualquier otro discurso es simple y llanamente silenciado. Como explica con lucidez e ironía la activista Itziar Ziga en su artículo “¿Por qué gritamos las putas?” (Revista Zehar, nº 64, 2008, pp. 118-123), esta actitud no hace otra cosa que incapacitar a las prostitutas, impidiéndoles construir su propio discurso, que nunca es escuchado porque desde la posición de víctima que les estamos adjudicado no es posible hacerse oír. En el artículo, Itziar Ziga narra cómo Cristina, una prostituta, es invitada a un programa de televisión, y cómo se ve empujada a gritar para lograr ser oída, al verse silenciada frente a los “expertos” que están hablando de ella y de su realidad sin conocerla. El pretexto de estos “expertos” no es otro que la falta de representatividad de Cristina, que ni está descontenta con su elección, ni manifiesta signos de trastorno psicológico, ni desea dejar su oficio. Como el libro de Brown ilustra, las putas realizan sus elecciones y negocian, no son marionetas al servicio de las necesidades sexuales de los hombres. Y ésta parece una idea terrible para la sociedad, que una mujer pueda decidir ser puta y llevar una vida plena y feliz. Quizá porque amenaza nuestro concepto de pareja, de placer sexual; nuestra noción de amor y afectividad, con sus celos y su exclusividad...
Por todo ello el cómic de Chester Brown se hace importante y necesario, lejos de dogmatismos huecos y de toda condena moral hacia las putas y los puteros, mediante el simple sentido común y la reflexión sobre los propios deseos y vivencias. La elección de la forma de amar, de experimentar el sexo, de relacionarse afectivamente con los demás, es una decisión personal que atañe únicamente a los adultos que en ella intervienen. Sin pretender sustituir una fórmula por otra, la voz de Brown viene a recordarnos que el espectro de posibilidades es mucho más amplio de lo que pensamos, a pesar de la presión social que suele traer consigo toda elección que escape a la norma. El autor ilustra una forma, su forma, de vivir la vida, el sexo y el afecto, con unos valores que él mismo ha ido elaborando y repensando, flexibles y que responden a un gran conocimiento de sí mismo.
Cabe destacar también cómo Chester Brown se esfuerza mucho en ofrecer una imagen de “buen putero”, lo que resulta muy didáctico; en cambio, nos molesta esa distinción entre determinadas prácticas sexuales que él considera “normales” y otras que serían “pervertidas”. Aunque tal vez el aspecto más discutible de Pagando por ello sea, como ha destacado Naomi Fry, el vínculo que establece el autor entre democracia y capitalismo, como si una cosa fuese indisociable de la otra[4]. Partiendo de los postulados del partido libertario al que pertenece, Brown defiende la prostitución en términos de individualismo y propiedad privada, de intercambio de bienes. Así, en la sociedad utópica que propone –distópica, dirían algunos–, pagar por sexo sería normal y frecuente, puesto que el hecho de que el dinero intervenga en las actividades humanas es para él lo más deseable para preservar el equilibrio social (“el sexo es siempre un intercambio” llegará a decir el autor). Esta visión del cuerpo como propiedad privada “de la misma forma que posees tu ropa o tus libros”, este individualismo extremo, que parte de la base de que el capitalismo liberal es el modelo económico más justo y deseable, puede llevar a que cada individuo disponga de tanta libertad sexual como pueda comprar, limitando las opciones en lugar de multiplicarlas. También nos parece muy cuestionable la idea de que el sexo es sagrado y que por ello debe ser comercializado, al tratarse prácticamente de un derecho al que cualquiera debe tener acceso. Este argumento resulta cuanto menos sorprendente, después de haber dedicando más de doscientas páginas a desacralizar el sexo, la pareja y el amor. En general, sus aclaraciones se agradecen y son bienvenidas, pero el autor llega a perderse en una marea de argumentaciones y datos, con los que más bien parece querer justificar su elección. Pero en su conjunto es un cómic cuya existencia celebramos, principalmente por su valor didáctico, nada desdeñable, sobre todo en un contexto en el que la creciente moralización y lo políticamente correcto nublan con demasiada frecuencia el sano ejercicio de la reflexión.
NOTAS:
[1] Escribimos, al igual que Brown, los nombres de las prostitutas entre comillas para subrayar el hecho de que se trata de nombres ficticios elegidos por el autor.
[2] Ver Charles Hatfield, “When reasonableness fails”, artículo consultado el 10 de febrero de 2012.http://thepanelists.org/2011/06/autobio-comics-bookshelf-when-reasonableness-fails/
[3] Benoît Peeters define la mise en page régulière como aquella que presenta una estructura de página en la cual todas las viñetas tienen la misma forma y tamaño. En Case, planche, récit: lire la bande dessinée, París: Casterman, 1998, p.42.
[4] Ver Naomi Fry, “Paying for it: Rewiev” en la edición en línea de The Comics Journal.http://www.tcj.com/reviews/paying-for-it/
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