sábado, 28 de enero de 2017

ALVARO NOFUENTES, MANUELA TORRES (2012): "PAGANDO POR ELLO, DE CHESTER BROWN: ÉTICA PARA PUTEROS", Documento en Tebeosfera

ALVARO NOFUENTES, MANUELA TORRES (2012): "PAGANDO POR ELLO, DE CHESTER BROWN: ÉTICA PARA PUTEROS", Documento en Tebeosfera

PAGANDO POR ELLO, DE CHESTER BROWN: ÉTICA PARA PUTEROS
ALVARO NOFUENTESMANUELA TORRES

Resumen:
Notas: Artículo escrito expresamente para el número 9 de TEBEOSFERA, especial sobre el tratamiento de la mujer en el cómic. A la derecha, detalle de la portada de la edición original de Paying for it, tebeo comentado en este artículo.
PAGANDO POR ELLO, DE CHESTER BROWN: ÉTICA PARA PUTEROS
Pagando por ello: memorias en cómic de un putero (Paying for it: a comic-strip memoir about being a john en su edición original americana) es exactamente lo que su título indica, la narración de todas y cada una de las ocasiones en las que el autor canadiense Chester Brown pagó por sexo entre 1999 y 2003. Pero lejos de ofrecernos un ejercicio de exhibicionismo a la manera de otros autores que utilizan la autobiografía para ahondar en los aspectos más patéticos o escabrosos de sus vidas (su amigo Joe Matt es un excelente ejemplo), Brown utiliza su experiencia personal a modo de arma arrojadiza contra ese ente conocido como “sociedadbiempensante”. Así, este ensayo camuflado de autobiografía da voz a aquellos que son frecuentemente ninguneados en el eterno debate sobre la legalización de la prostitución –es decir, los directamente implicados–, los puteros, que no suelen expresarse en los medios puesto que ir de putas sigue siendo una actividad estigmatizada socialmente, y las prostitutas, que también hablan, aunque de forma indirecta, a través de las páginas dibujadas por Brown.
Chester Brown: un putero del siglo XXI
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La narración de Brown sorprende por su sinceridad y honestidad. En las antípodas de toda esa mitología que la literatura, el cine y sobre todo las vanguardias artísticas del siglo XX han construido en torno a las relaciones entre hombres y prostitutas, el autor presenta con simplicidad y franqueza sus experiencias. En las crónicas de burdel de Brown no hay ni rastro de heroísmo o idealización –lo que es de agradecer–, hasta el punto de que podemos decir que no hay ni siquiera pasión. En su lugar hay una profunda reflexión y una lúcida consciencia del rol social que ocupa el sexo, mucho más allá de una mera cuestión de placer que pertenece al terreno de la intimidad.
La estructura del libro alterna los encuentros con putas (desde la primeriza y casi entrañable torpeza de su primera visita a “Carla” hasta la “vuelta a la monogamia” con “Denise”[1]) con las discusiones con exparejas y amigos sobre la prostitución. Los encuentros sexuales sirven al autor canadiense para ilustrar lo que supone ir de putas en Toronto, tanto en su sentido práctico (cuánto, cómo, dónde, bajo qué condiciones...) como en el puramente físico o en el afectivo. Respecto a esto último, el autor llegará a escribir, sobre su primera experiencia con el sexo de pago: «Mientras salía del burdel me sentía lleno de júbilo y transformado». Por otro lado, las conversaciones con amigos tienen una función clara dentro de la obra: representan, de forma casi alegórica, los prejuicios de la sociedad, guiada por hábitos adquiridos y lugares comunes, frente a los cuales Chester Brown construye su argumentación (el propio autor reconoce en los apéndices que estas conversaciones han sido ligeramente alteradas para que él siempre aparezca como “la voz de la razón”). El libro concluye con una serie de apéndices en prosa y notas bibliográficas de una cincuentena de páginas, que subrayan las pretensiones ensayísticas de este tebeo, y cuya función es precisar el posicionamiento ético y legal del autor con respecto al tema. 
El cómic de Brown no ofrece ni morbo ni excitación, en todo caso no como cabría esperar de las “memorias en cómic de un putero”, y en este sentido el libro puede decepcionar a algunos. Y es que no se trata de un relato erótico al uso: va mucho más allá; parecería incluso que Chester Brown huye de la idea de excitar al lector, empujándole hacia otros terrenos, como el de la reflexión sobre la propia vida sexual y afectiva. Salvo en contadas excepciones, se rehúyen los primeros planos de rostros y expresiones –para evitar, como Charles Hatfield ha señalado, una respuesta emocional directa– o genitales –que podrían desviar la atención del discurso y hacer que la obra se deslizase hacia el terreno de la pornografía[2]. El autor consigue representar el sexo de forma explícita, aunque desvinculado de su componente erótico. 
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Esta mecánica de lo habitual es fruto del metódico registro de sus experiencias con prostitutas, con la intención bien estudiada de buscar un distanciamiento que propicie la reflexión del lector. El tono de Brown recuerda en cierta forma al de Virginie Despentes, que narra, entre otras, sus experiencias como prostituta en su libro Teoría King Kong(reeditado por Melusina en 2009); ambos son crudos, sin adornos, en primera persona y sin ambages, lejos del victimismo femenino y del heroísmo masculino que suelen impregnar las crónicas sobre el placer de pago. Todo esto se ve subrayado por un vocabulario gráfico deliberadamente austero: se utiliza un escaso repertorio de expresiones faciales –el ejemplo más claro es el rostro monocorde del autor– y una retórica postural muy limitada; además, la mayor parte de la obra está compuesta por planos medios o generales, y los mismos encuadres y perspectivas son utilizados de forma sistemática. La elección de Brown de utilizar una mise en page regular de dos viñetas por cuatro[3], cuya cadencia parece imitar el pulso de la vida, se adapta perfectamente a las pretensiones autobiográficas del autor, que transforma lo que en un principio parece ser un relato de lujuria en una rutinaria sucesión de encuentros sexuales. 
En lo que respecta a la representación gráfica de las prostitutas, Brown se encuentra con un problema difícil de abordar: ¿cómo escribir –y dibujar– una obra autobiográfica sobre la prostitución y preservar al mismo tiempo la intimidad de las trabajadoras sexuales? El autor opta por ocultar sus rasgos en todo momento, representándolas de espaldas, evitando encuadrar sus caras en la imagen u ocultando sus rostros con los bocadillos de texto, eludiendo además cualquier particularidad física que pueda llevar a identificar a sus compañeras de cama. La paradoja es evidente: por un lado pretende dar una visión naturalizada del trabajo de las prostitutas, y por otro –y precisamente como consecuencia de la estigmatización social de las mismas, que el autor pretende denunciar– se ve obligado a evitar cualquier rasgo identificativo que pueda comprometerlas. La consecuencia a nivel narrativo es que las prostitutas son representadas gráficamente de forma estandarizada, lo que dificulta la empatía con las mismas por parte del lector, hecho que, afortunadamente, se ve compensado por la naturalidad y sinceridad que transpiran los diálogos y situaciones.
 
Pensando en ello
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Las cualidades ensayísticas de Pagando por ello lo convierten en una potente arma de debate. Chester Brown se dedica a desmontar de forma concienzuda los argumentos contra la descriminalización de la prostitución, basados en su mayoría en clichés, lanzados por sus amigos a lo largo de la obra o por personajes ficticios y reales, como Sheila Jeffreys, en los apéndices. Mediante este ejercicio de retórica, Brown consigue poner de manifiesto tanto los prejuicios sociales como la actitud paternalista de los que esgrimen argumentos contra la prostitución, muchas veces más preocupados por hacer encajar a todas las mujeres dentro de su estrecho marco ideológico (como es el caso de las feministas antiprostitución) o de cuestiones ligadas a la moral (como en el caso de la iglesia), que a los derechos de las trabajadoras sexuales. A nosotros nos cuesta ver en qué podría perjudicarles la descriminalización de su actividad profesional. Quizá llega el momento de escuchar a los directamente implicados, las trabajadoras y trabajadores del sexo y sus clientes y clientas, puesto que ya hemos visto a dónde nos ha llevado el debate mantenido hasta ahora por políticos, sociólogos, juristas y un largo etcétera. Pero si es raro encontrar una voz que hable desde donde lo hace Chester Brown, más raro aún es oír la voz en primera persona de las propias prostitutas. No porque no lo intenten, sino porque todavía siguen siendo voces despojadas de credibilidad, de autoridad, que no queremos oír si no es revestidas de la pátina del sufrimiento y la exclusión. Sin embargo, el relato de Brown desmiente y cuestiona tópicos como éste, que todavía impregnan la idea de la prostitución, como también lo es la supuesta sobreexposición de las putas a la violencia. Los argumentos del autor se apoyan en gran parte en los planteamientos políticos de las trabajadoras sexuales, del feminismo prosexo o de los grupos poliamorosos. Tal y como se viene reivindicando desde los años setenta, la prostitución en sí no es la causa de la violencia, el sexismo y la explotación de las mujeres; más bien al contrario. Ésta no deja de ser un reflejo de la sociedad y sus valores, lo que implica naturalmente un alto grado de machismo y abuso de poder, tal y como sucede en cualquier otro ámbito de la vida (la familia, el trabajo, la escuela, la pareja...). Dejando a un lado las cuestiones morales, nos parece que plantear la abolición de la prostitución equivaldría a reclamar la abolición de otras relaciones humanas y socioeconómicas, como podrían ser las que tienen lugar entre empresarios y trabajadores o, sin ir más lejos, el matrimonio. 
Por otra parte, como bien recuerda el autor, lamentablemente todavía es necesario insistir en un punto crucial: la diferencia entre prostitución y esclavitud sexual. Por más que nuestra sociedad siga considerando que ambas son sinónimo, no es lo mismo decidir a qué oficio dedicarse que tener la obligación de practicar sexo a cambio de dinero, ya sea por intermediación de redes criminales o por otras circunstancias. Cualquier profesión tendría que ser elegida, y nadie debería ser forzado a realizar ningún acto en contra de su voluntad. Éste es el verdadero problema, no la prostitución. Y la criminalización de las putas y de los puteros no hace sino empeorar la situación, mientras el silencio y el rechazo social perpetúan la precariedad y abonan el terreno para todo tipo de abusos. El silencio impuesto mediante el juicio moral, el rechazo y la marginación hace muy difícil la acción, y la realidad es que los gobiernos y las autoridades nunca han tenido en cuenta las condiciones de trabajo de las prostitutas, sus necesidades o su realidad a la hora de imponer leyes y sanciones.
 
El sexo de pago como opción de vida
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Pero Chester Brown no sólo construye argumentos a favor de la despenalización de la prostitución, sino que parte de su discurso va dirigido a atacar la monogamia posesiva y el concepto de amor romántico: este último punto ha resultado ser el más polémico y el más atacado por parte de la crítica norteamericana. El desencanto con respecto a las relaciones de pareja, debido principalmente a los vínculos de posesión y dependencia que se establecen frecuentemente en las mismas, lleva al autor a la soltería. La prostitución es para él tan sólo el modo de poder disfrutar de su situación sin tener que renunciar al sexo, puesto que, como el propio Brown reconoce, carece de las habilidades sociales suficientes como para conseguir sexo esporádico sin tener que pagar por él. Así que en la raíz de la obra se encuentra esta animadversión hacia el amor romántico y hacia la monogamia posesiva –que en un principio son sinónimos para el autor–. Creemos que se le debe reconocer a Chester Brown el mérito de poner de manifiesto la presión que ejerce nuestra sociedad, de forma más o menos velada, para que todos encajemos en un modelo prototípico de pareja, que casualmente es también sobre el que se estructura la sociedad capitalista y tardocapitalista. Un modelo que puede ser válido para algunos, pero frustrante para muchos otros. El autor de Pagando por ello manifiesta que los celos, estrechamente ligados a la noción de propiedad, son fomentados por el entorno cultural, invitando a la reflexión sobre lo natural y lo adquirido de nuestras conductas.
Por otra parte, Chester Brown confunde conceptos al mezclar de forma indiscriminada amor romántico y monogamia, obviando otros modelos de relación posibles aunque socialmente poco aceptados, como las relaciones abiertas –es su hermano Gordon el que introduce este tema de forma abrupta al final del cómic–. Que la alternativa ideal a la monogamia sea el sexo de pago nos parece bastante cuestionable, puesto que no entendemos la necesidad de mercantilizar la más importante fuente de placer “gratuito” de la que dispone el ser humano. Aun así, se trata de un modelo que resulta plenamente satisfactorio para el autor, así como para otras muchas personas, a las que no se debería tratar de imponer un modo de vida más acorde con lo que dicta la sociedad: tan ingenuo es pensar que la prostitución es apta para todo el mundo como pensar que el modelo convencional de pareja, la “monogamia en serie” propia de la sociedad occidental actual, puede proporcionar la felicidad a cualquiera. Cada persona debería tener libertad para experimentar un modo de vida acorde con sus deseos –tanto físicos como afectivos– y sus limitaciones.
Otro de los prejuicios que la narración de Chester Brown contribuye a desmentir es el desequilibrio psicológico de que supuestamente son víctimas las prostitutas, y que es atribuido también al putero, aunque en menor medida. Ser prostituta presupone que se debe odiar el trabajo que se realiza, y por extensión, a una misma. Sin embargo, no es ésta la imagen que transmiten las experiencias del autor, vividas siempre desde el respeto a la otra persona y en las que no podemos afirmar que el hecho de prostituirse cause en las mujeres ningún trauma psicológico en especial (dentro de lo que cabe en una sociedad cada vez más psicótica, angustiada y deprimida como la nuestra). A través de su libro, el autor viene a decir que las putas son simplemente personas. Mujeres muy diversas que realizan el trabajo de la prostitución con mejor o peor suerte; que se aburren, que disfrutan, que se sienten satisfechas o hastiadas, pero al fin y al cabo mujeres que negocian y toman sus propias decisiones, por obvia que parezca esta afirmación. Y es que plantearse la prostitución sin recurrir al victimismo ni a la marginación de quienes la ejercen parece inconcebible. En este sentido, Brown ilustra con su relato la idea de que no hay “una realidad de las putas”, sino situaciones y experiencias diferentes. Pensar que las prostitutas puedan –o deban– ser reducidas en su conjunto a una categoría uniforme es absurdo. Y lo peor de este reduccionismo es que el prototipo de la puta explotada e infeliz pretende englobarlas a todas. 
Volviendo a Virginie Despentes, en su libro nos recuerda la facilidad con que, desde una ópticabiempensante, emergen el paternalismo y los prejuicios. Los relatos como el suyo –se da cuenta de que es posible ganar mucho más dinero como prostituta autogestionada que trabajando de cajera en un centro comercial, con una jornada laboral muy reducida que le permite tener tiempo libre y una calidad de vida considerable– tienden a ser especialmente ignorados, infravalorados y deslegitimados. Parece que sólo queremos oír lo desgraciadas que son todas las putas, y cualquier otro discurso es simple y llanamente silenciado. Como explica con lucidez e ironía la activista Itziar Ziga en su artículo “¿Por qué gritamos las putas?” (Revista Zehar, nº 64, 2008, pp. 118-123), esta actitud no hace otra cosa que incapacitar a las prostitutas, impidiéndoles construir su propio discurso, que nunca es escuchado porque desde la posición de víctima que les estamos adjudicado no es posible hacerse oír. En el artículo, Itziar Ziga narra cómo Cristina, una prostituta, es invitada a un programa de televisión, y cómo se ve empujada a gritar para lograr ser oída, al verse silenciada frente a los “expertos” que están hablando de ella y de su realidad sin conocerla. El pretexto de estos “expertos” no es otro que la falta de representatividad de Cristina, que ni está descontenta con su elección, ni manifiesta signos de trastorno psicológico, ni desea dejar su oficio. Como el libro de Brown ilustra, las putas realizan sus elecciones y negocian, no son marionetas al servicio de las necesidades sexuales de los hombres. Y ésta parece una idea terrible para la sociedad, que una mujer pueda decidir ser puta y llevar una vida plena y feliz. Quizá porque amenaza nuestro concepto de pareja, de placer sexual; nuestra noción de amor y afectividad, con sus celos y su exclusividad...
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Por todo ello el cómic de Chester Brown se hace importante y necesario, lejos de dogmatismos huecos y de toda condena moral hacia las putas y los puteros, mediante el simple sentido común y la reflexión sobre los propios deseos y vivencias. La elección de la forma de amar, de experimentar el sexo, de relacionarse afectivamente con los demás, es una decisión personal que atañe únicamente a los adultos que en ella intervienen. Sin pretender sustituir una fórmula por otra, la voz de Brown viene a recordarnos que el espectro de posibilidades es mucho más amplio de lo que pensamos, a pesar de la presión social que suele traer consigo toda elección que escape a la norma. El autor ilustra una forma, su forma, de vivir la vida, el sexo y el afecto, con unos valores que él mismo ha ido elaborando y repensando, flexibles y que responden a un gran conocimiento de sí mismo.
Cabe destacar también cómo Chester Brown se esfuerza mucho en ofrecer una imagen de “buen putero”, lo que resulta muy didáctico; en cambio, nos molesta esa distinción entre determinadas prácticas sexuales que él considera “normales” y otras que serían “pervertidas”. Aunque tal vez el aspecto más discutible de Pagando por ello sea, como ha destacado Naomi Fry, el vínculo que establece el autor entre democracia y capitalismo, como si una cosa fuese indisociable de la otra[4]Partiendo de los postulados del partido libertario al que pertenece, Brown defiende la prostitución en términos de individualismo y propiedad privada, de intercambio de bienes. Así, en la sociedad utópica que propone –distópica, dirían algunos–, pagar por sexo sería normal y frecuente, puesto que el hecho de que el dinero intervenga en las actividades humanas es para él lo más deseable para preservar el equilibrio social (“el sexo es siempre un intercambio” llegará a decir el autor). Esta visión del cuerpo como propiedad privada “de la misma forma que posees tu ropa o tus libros”, este individualismo extremo, que parte de la base de que el capitalismo liberal es el modelo económico más justo y deseable, puede llevar a que cada individuo disponga de tanta libertad sexual como pueda comprar, limitando las opciones en lugar de multiplicarlas. También nos parece muy cuestionable la idea de que el sexo es sagrado y que por ello debe ser comercializado, al tratarse prácticamente de un derecho al que cualquiera debe tener acceso. Este argumento resulta cuanto menos sorprendente, después de haber dedicando más de doscientas páginas a desacralizar el sexo, la pareja y el amor. En general, sus aclaraciones se agradecen y son bienvenidas, pero el autor llega a perderse en una marea de argumentaciones y datos, con los que más bien parece querer justificar su elección. Pero en su conjunto es un cómic cuya existencia celebramos, principalmente por su valor didáctico, nada desdeñable, sobre todo en un contexto en el que la creciente moralización y lo políticamente correcto nublan con demasiada frecuencia el sano ejercicio de la reflexión.

NOTAS:

[1]   Escribimos, al igual que Brown, los nombres de las prostitutas entre comillas para subrayar el hecho de que se trata de nombres ficticios elegidos por el autor.
[2]   Ver Charles Hatfield, “When reasonableness fails”, artículo consultado el 10 de febrero de 2012.http://thepanelists.org/2011/06/autobio-comics-bookshelf-when-reasonableness-fails/
[3] Benoît Peeters define la mise en page régulière como aquella que presenta una estructura de página en la cual todas las viñetas tienen la misma forma y tamaño. En Case, planche, récit: lire la bande dessinée, París: Casterman, 1998, p.42.
[4]   Ver Naomi Fry, “Paying for it: Rewiev” en la edición en línea de The Comics Journal.http://www.tcj.com/reviews/paying-for-it/





domingo, 15 de enero de 2017

EL “AMERICAN DREAM” SE FUE P’AL CARAJO: LLEGA EL “SUEÑO CHINO”

EL “AMERICAN DREAM” SE FUE P’AL CARAJO: LLEGA EL “SUEÑO CHINO” | EL BLOG DE CARLOS



Hace solo tres años, la sesión habitual de la Asamblea Popular Nacional (APN) de China se clausuró ese 2013 con la promesa del “sueño chino” para los 1.300 millones de ciudadanos del país.

BAJO EL MANDATO DE OBAMA, EL AMERICAN DREAM SE FUE A LA MIERDA, PERO CON TRUMP LA CAÍDA SERÁ DEFINITIVA

BAJO EL MANDATO DE OBAMA, EL AMERICAN DREAM SE FUE A LA MIERDA Y CON TRUMP LA CAÍDA AL ABISMO SERÁ DEFINITIVA

Hoy, aún con el ligero frenazo que vive la economía del gigante asiático, ligado a los estertores de la crisis occidental, un eslogan trasciende las fronteras nacionales debido al gran significado que tiene para todo el mundo: el american dream se fue al carajo, para dar paso al “Chinese Dream”.

El “Sueño Chino”, anunciado por el presidente Xi Jinping (que ya prepara su primer viaje al Forum Económico Global de Davos), busca construir una sociedad modestamente acomodada y materializar el rejuvenecimiento de la nación, mediante el crecimiento sostenible, a través de la profundización de las reformas y la transformación del modelo de crecimiento.

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Es el sueño de la fortaleza y la prosperidad nacionales y la felicidad del pueblo.



Kwame Owino, director ejecutivo del Instituto de Asuntos Económicos de Kenia, afirmó entonces que el “sueño chino” prioriza la mejora de la vida del pueblo y constituye un nuevo modelo de desarrollo del que vale la pena aprender.

Yao Huan, experto sobre el Partido Comunista de China (PCCh), calificaba al “China Dream” como “estimulante”, pues inspira al pueblo chino a conseguir el rejuvenecimiento nacional.

The Diplomat, revista de actualidad sobre la región Asia-Pacífico con sede en Japón, se hizo eco de tal punto de vista al describir ese objetivo como una tarea colectiva.

Jean-Pierre Raffarin, ex primer ministro de Francia, también refirió que el “‘sueño chino’ encarna “el equilibrio entre la felicidad individual y la colectiva“.

La nueva dirección de China prometió duplicar el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita y los ingresos personales para 2020, en comparación con las cifras de 2010, así como situar la meta del crecimiento anual en el 7,5 por ciento para los próximos años.

Esa meta de crecimiento económico ha recibido una amplia aceptación por parte de la comunidad económica internacional.

La revista The Wall Street Journal calificó dicha meta de “moderada”, mientras que el diario japonés Nihon Keizai Shimbun destacó que el gobierno chino busca un crecimiento estable de “alta calidad” para mejorar las condiciones de vida del pueblo.

EL SUEÑO CHINO NO SE BASA EN EL LOGRO PERSONAL SINO COLECTIVO

EL SUEÑO CHINO NO SE BASA EN EL LOGRO PERSONAL SINO COLECTIVO

John Dearie, vicepresidente ejecutivo encargado de la política del Financial Services Forum en Washington, subrayó que el crecimiento económico de China, guiado por el consumo, incrementará el mercado para las mercancías y los servicios de Estados Unidos.

Stephen Orlins, presidente del Comité Nacional para las Relaciones EEUU-China, también predijo que la transformación del modelo de crecimiento económico y la mejora de los sistemas de seguridad social, reducirán el desequilibrio comercial de China con Estados Unidos y Europa.

Selom Klassou, primer vicepresidente de la Asamblea Nacional de Togo, comparó a China con una “locomotora” que libera a otros países de la crisis financiera mundial.

El ex canciller alemán Gerhard Schroeder reconoció que China ha adoptado políticas exteriores muy responsables para mantener un ambiente estable para su desarrollo, que conducen también a la estabilidad global.

La agencia de noticias rusa Interfax señaló que las políticas exteriores de China han promovido la paz y la estabilidad globales.

El presidente Xi reiteraba la política de desarrollo pacífico de China, destacando las oportunidades que podría tener el mundo con el imparable progreso de China.

Pero a diferencia del vetusto y acabado “american dream”, basado en la injusticia social, el expolio global, la financiación del terrorismo, las invasiones y la guerra, el “sueño chino” es “un sueño de armonía, paz y desarrollo”.

Nada más y nada menos.

CHINA, CON 1.300 MILLONES DE HABITANTES, LUCHA ACTUALMENTE PARA ACABAR CON LA POBREZA DE 100 MILLONES DE CIUDADANOS, MENOS DEL 10% DE SU POBLACIÓN

CHINA, CON 1.300 MILLONES DE HABITANTES, LUCHA ACTUALMENTE PARA SACAR DE LA POBREZA A 100 MILLONES DE CIUDADANOS, MENOS DEL 10% DE SU POBLACIÓN, MIENTRAS EE.UU., CON 320 MILLONES, SE MUESTRA INDIFERENTE ANTE LO 50 MILLONES DE POBRES QUE  MALVIVEN EN SU TERRITORIO (EL 16%)

NOTA.- Para comprender mejor la debacle estadounidense, recuerdo a los lectores/as que, egún un informe reciente del Center for American Progress , un tercio de las familias estadounidenses lideradas por una madre soltera es pobre.

La desigualdad también se mide en el porcentaje de ciudadanos que viven en la pobreza y que en muchos estados supera el 15% de la población.

Esta proporción aumenta sin embargo al 25% de los hispanos y al 27% de los afroamericanos, muy por encima del resto de habitantes caucásicos.

Destacar igualmente que el 21% de los menores estadounidenses vive en condiciones de pobreza, según la OCDE, un porcentaje solo superior al de Turquía, Rumanía, México e Israel.

Otra de las lacras que golpea el american dream se centra en un informe realizado por una una investigadora de la Universidad de Harvard , donde se señala que un 37% de los jóvenes afroamericanos, comprendidos entre los 20 y 34 años y que no terminó el instituto, se encuentra en la cárcel.  Este porcentaje se ha triplicado además desde la década de 1980.

Por último, dejo un interesante un interesante mapa interactivo  en el que se comprueban datos sobre los índices de pobreza en el imperio, estado por estado.

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