viernes, 1 de mayo de 2020

LA ESPAÑA NEGRA, de José Gutiérrez Solana

LA ESPAÑA NEGRA, de José Gutiérrez Solana | Manuelblas.Literatura y cine



DOS TEXTOS QUE MUESTRAN EL TALENTO COMO ESCRITOR DE SOLANA.


Esta Audiencia queda en el centro de una plazuela de la que arrancan cuatro de las calles más típicas de Medina del Campo, donde hay conventos de frailes descalzos. Estos son tan holgazanes que se levantan de la cama por la tarde; todo el día se lo pasan durmiendo y comiendo; tras las ventanas abiertas se les ve con el pecho desnudo y en calzoncillos, lavándose en grandes pilones; sus barbas son tan largas que les llegan a la cintura. Enfrente están las casas de las mujeres de mala vida, que los llaman mucho desde la calle; pero ellos no les hacen caso porque para esos menesteres tiene la comunidad mejores mujeres entre las monjas. Anochecido, los cagones del pueblo, que salen de las casas de lenocinio, se ponen en fila y, bajándose las bragas, con las posaderas al aire, hacen de cuerpo bajo las rejas del convento; los frailes a esa hora suelen estar borrachos, se asoman por las ventanas y vomitan en las espaldas de los cagones y vuelcan sus pestilentes bacines.



José Gutiérrez Solana. Chulos y chulas, 1906. Colección Banco Santander



LAS SOLITARIAS DE ÁVILA

Entro en una botica a comprar un sello para el dolor de cabeza; en una mesa vi un gran tarro lleno de solitarias; todas parecían estar rabiosas, y alguna tan enroscada y furiosa que parecía comerse la cola; otra parecía morder a la de al lado, todas con caras  distintas y terribles; algunas tienen  dos cabezas; estas solitarias eran blancas y muy lavadas, con cintas largas y anillosas; estaban en el fondo del alcohol como aplastadas: algunas salían y asomaban el cuello fuera de la superficie del líquido, como si quisieran volver a la vida; otras descabezadas; las más rebeldes habían dejado la cabeza y parte de su cuerpo en el vientre de  sus dueños, que las alimentó y llevó consigo tanto tiempo. El dueño de la  botica, con su batín y un gorro del que colgaba una borlita, las miraba con cariño porque él las había catalogado y puesto las etiquetas en los frascos: “Solitaria del gobernador de Ávila”; la del obispo; la del  canónigo don Pedro Carrasco estaba gorda y era tan larga bien alimentada que casi llenaba el frasco; al lado había una amarilla y delgada de no comer, que parecía quejarse y querer protestar de su mala vida pasada; era la del maestro de escuela del pueblo, don Juan Espada; otra como si la hubiera entrado la  ictericia, tenía la cara con la boca abierta hundida junto al pecho y tenía un color verdoso; era del jefe de la Adoración Nocturna, don Peláez; otra era todo ojos, y la más rabiosa pertenecía a doña María del Olvido, dama noble, comendadora y provisoria del ropero de los pobres. El boticario tenía un lobanillo detrás de una oreja y se había dejado crecer un largo mechón de pelos para taparlo; pero el lobanillo salía fuera descarado y carnoso como la pelleja de un pollo desplumado. Cuando estaba más distraído en esta botica, viendo los tarros de las medicinas, sentí unas uñas que se clavaban en mis pantalones y un gato empezó a darme cabezadas en las piernas; debía estar muy hambriento”.


©Manuel Martínez Bargueño
Julio, 2018